9 de julio de 2008

Te Deum laudamus...

Te Deum laudamus:
te Dominum confitemur.
Te aeternum patrem,
omnis terra veneratur.

El "Te Deum" es un antiguo himno que hunde sus raíces en una añeja tradición de la Iglesia, uno de los primeros himnos cristianos, tradicional de acción de gracias.

Más de 1600 años tiene este cántico. Mucho tiempo se creyó que fue compuesto por San Ambrosio de Milán para el bautismo de San Agustín. Estudios más precisos, del siglo XIX, lo atribuyen al obispo San Nicetas de Remesiana, en Serbia, hacia fines del siglo IV o principios del V, aunque algunos autores lo remontan hasta el año 252 y lo atribuyen a San Cipriano de Cartago.
Utilizado en las solemnidades litúrgicas y en innumerables acontecimientos civiles en la vida de la Iglesia y de los pueblos cristianos a lo largo de los siglos.

En algunos países como Argentina, Colombia, Chile, Guatemala, Panamá, Paraguay y Perú, se realiza la ceremonia de acción de gracias, con ocasión de las fiestas nacionales de cada nación.

Presente en los momentos significativos de la historia argentina. Fueron memorables, entre muchos, antes de los sucesos de Mayo de 1810, los entonados la tarde del 14 de agosto de 1806, dando gracias al Señor por la Reconquista de Buenos Aires, y el proclamado el 19 de Julio de 1807 luego de la exitosa Defensa contra el invasor extranjero.
La Junta de Mayo, que asumió la soberanía del pueblo ante la invasión napoleónica, ordenó el Te Deum, con la mayor solemnidad posible, como uno de sus primeros actos de gobierno, lo cual se concretó en la Catedral de Buenos Aires, en ceremonia presidida por el Obispo Lué y Riega, y fue predicado por el sacerdote Doctor Diego Estanislao Zavaleta, el 30de mayo de 1810. Pocos días después, el cabildo de Luján dispuso hacer rezar, el 17 de junio, un Te Deum por la instalación “del primer gobierno patrio”.
Famosos fueron otros Te Deum conmemorativos del nacimiento de la Patria: el del Pbro. Dr. Victorio de Achega, en 1813, en la Catedral de Buenos Aires; el del Deán Funes, en la Catedral de Córdoba, el 25 de mayo de 1814; el de Fray Pantaleón García, en la misma Catedral al año siguiente; el del Pbro. Dr. Ignacio de Castro Barros, en Tucumán, el 25 de mayo de 1815. En mayo de 1816, en vísperas de la apertura de las sesiones del Congreso de Tucumán el Pbro. Manuel Acevedo pronunció el Te Deum. Luego de la declaración de la Independencia: el que precede a las deliberaciones constituyentes convocadas por Urquiza, en Santa Fe, en 1852; el que pronunció el célebre orador de Constitución, Fray Mamerto Esquiú para estimular su jura, el 9 de julio de 1853 en Catamarca; y el que conmemoró el primer centenario de la Patria, el 25 de mayo de 1910 en la Iglesia Catedral de Buenos Aires. De este modo, este cántico de alabanza y de acción de gracias, ha marcado los hitos fundamentales de nuestra historia como Nación y ha expresado el sentir común de los argentinos en momentos clave de nuestra vida política.

¿Qué expresa el Te Deum? ¿Por qué es tan significativo este himno? ¿Cuál es su valor? Expresa la actitud más noble y bella que el hombre puede tener ante Dios, que la criatura puede manifestar a su Creador, como se esclarece en su título más antiguo y sus primeras palabras: ¡Te Deum laudamus! ¡A Ti, oh Dios, te alabamos!

A Ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A Ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A Ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A Ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de Ti.
En Ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

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