Por Felipe Pigna, Historiador. En clarin.com
En 1492 Europa tenía 60 millones de habitantes, 20 millones más que a mediados de siglo. Este aumento de la población, junto con una relativa estabilidad política, le dio a la vida un mayor valor. La estadía en la tierra dejó de verse como un paso hacia la eternidad en los cielos. La gente quería vivir bien durante sus cortas vidas y creció la búsqueda de riquezas y los bienes materiales.
En 1453 se produjo un hecho de graves consecuencias para Europa: los turcos otomanos ocuparon Constantinopla. A partir de entonces se cortó la ruta que permitía el comercio entre Oriente y Occidente y los reinos más poderosos de la época comenzaron a pensar en vías alternativas. Portugal inauguró la ruta de África que conducía a través de sus costas al lejano Oriente. En España, reinaban Isabel de Castilla y Fernando de Aragón quienes habían logrado su anhelada unidad política y religiosa expulsando a musulmanes y judíos. Tras la reconquista, España estaba en condiciones económicas de emprender una gran empresa marítima, comercial y militar. Por curiosidad, necesidad y ambición los europeos del siglo XV soñaban cada vez más con empresas "ultramarinas". La época era favorable. El avance de la técnica les brindó valiosos instrumentos de navegación como la brújula (traída de China) y el sextante. Además aparece un nuevo producto de la inventiva naval: la carabela que combinaba velas cuadradas y triangulares y un moderno timón, mejorando notablemente la seguridad y la eficiencia de la navegación en alta mar.
En Génova, el joven comerciante Cristóbal Colón, obsesionado por incrementar su fortuna, se deleitaba con los libros de Marco Polo y mirando los mapas con que trabajaba. Colón se había formado una idea bastante sensual sobre la forma de la tierra. Más que redonda, él la asimilaba a un turgente seno de mujer: "el mundo no es redondo, sino que tiene forma de teta de mujer y la parte del pezón es la más alta, cerca del cielo, y por debajo de él fuese la línea equinoccial y el fin del Oriente adonde acaban toda tierra e islas del mundo". Si esto era así, poniendo proa al Occidente se debía poder llegar al Oriente, que era lo que más les interesaba a todos los reyes y burgueses europeos.
La idea de Colón no era demasiado original. Ya la había enunciado Aristóteles (384-322 a.C) mencionando a la isla de Antilia ubicada entre Europa y Asia. San Agustín, en la Ciudad de Dios, aceptaba la división del Mundo en Europa, Asia y África y decía que sólo en el mundo compuesto por esas tres partes debía buscarse a los ciudadanos del cielo, que según el santo, pero que había otros mundos posibles alojados en la Tierra que quedaban excluidos por no ser escenario de la vida de los descendientes de Adán.
Colón necesitaba financistas para concretar su idea. Recurrió primero a Portugal pero su rey consideró exageradas las pretensiones del futuro Almirante. Los reyes católicos estaban muy ocupados en hacer gala de lo que les daría la marca registrada de católicos: reconquistar todo el territorio ocupado por los musulmanes y expulsar a los judíos de sus dominios y no se mostraban muy dispuestos a distraer recursos ni energía en otros asuntos. Finalmente, tras la toma de Granada concretada el 2 de enero de 1492, Isabel y Fernando decidieron apoyar la empresa comercial de Colón. Con tal de no aportar sus joyas para financiar la expedición , la reina recordó un viejo pleito con la ciudad de Palos. Sus habitantes habían sido multados por contrabando y piratería y les trocó -por una Real Cédula del 30 de abril de 1492- la multa en efectivo por la provisión y equipamiento a cargo de la comunidad de dos carabelas que se llamaron La Pinta y la Niña.
Colón marchó hacia Palos de Moguer, y armó una sociedad comercial con los hermanos Pinzón y el financista Luis de Santángel. Agregaron a las naves aportadas por los de Palos una carabela que sería la más grande de la expedición con 34 metros de eslora. La "Gallega", a la que Colón bautizaría como la "Santa María", sería la nave capitana. La Pinta, de 17 metros, estaría a cargo de Martín Alonso Pinzón y la Niña, de igual tamaño que la Pinta, al mando de Vicente Yánez Pinzón. Martín Alonso acababa de regresar de Roma donde tuvo largas charlas con un cosmógrafo del Vaticano acerca de las tierras no descubiertas situadas al Oeste, obteniendo copias de ciertas cartas marinas, donde figuraban dichas islas. En uno de esos mapas, dibujado en 1482 por un romano llamado Benincasa, pudo ver Pinzón unas islas enormes llamadas Antilia y Salvaga situadas al Oeste de Africa.

El 12 o el 13 de octubre, Colón y sus hombres estaban frente al islote de Guanahaní (actuales Bahamas) al que el Almirante llamó San Salvador. Don Cristóbal confiaba en haber llegado al Asia aunque se asombraba de no toparse con los clásicos mercaderes chinos, sino con gente "muy bella y pacífica" que tomaba las espadas por el filo por desconocer las armas de guerra. Todas estas culturas respetaban al resto de los seres vivos. No practicaban la caza deportiva y cuidaban el medio ambiente. Los ancianos y los niños eran los más respetados en sus sociedades porque veían en ellos a la memoria y la sabiduría en un caso y al futuro en el otro. Contaba Américo Vespucio que "estos salvajes no tienen leyes ni fe y viven en armonía con la naturaleza. Entre ellos no existe la propiedad privada, porque todo es comunal. No tienen fronteras ni reinos, ni provincias ¡y no tienen rey! No obedecen a nadie, cada uno es dueño y señor de sí mismo. Son un pueblo muy prolífico, pero no tienen herederos porque no tienen propiedades." Concluía su descripción diciendo que, sin dudas, se hallaba cerca del paraíso terrenal.
Ni Colón ni los reyes tenían la menor noción de haber "descubierto" un nuevo continente. El Almirante seguía pensando que había llegado al Asia, pero de todas maneras se sintió con derecho a apropiarse de estas tierras y sus habitantes sobre los que decía don Cristóbal: "Son la mejor gente del mundo y sobre todo la más amable, no conocen el mal - nunca matan ni roban... aman a sus vecinos como a ellos mismos y tienen la manera más dulce de hablar del mundo, siempre riendo. Serían buenos sirvientes, con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a hacer lo que quisiéramos".
El contacto de Europa con estas tierras constituirá un enorme cambio para la forma de vida de europeos y americanos. En ese sentido fue un notable descubrimiento para los europeos, una inagotable fuente de recursos económicos y poder político. Decía Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia General de las Indias que el "descubrimiento de las Indias fue la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó". Para los europeos de fines del siglo XV que se sentían el centro del universo, las cosas comenzaban a existir cuando ellos las conocían, las descubrían. Para los americanos sería el trágico descubrimiento de que se terminaban los tiempos en que podían decidir por su cuenta su vida, su forma de pensar, de producir, y su religión.
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